domingo, 6 de febrero de 2011

ETAPA 21: TRABADELO - FONFRÍA


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Domingo, 17-10-2010: De Trabadelo a Fonfría (31 Km.)
  
  La "Etapa Reina"... en Domingo, por supuesto.

Fresco a primera hora. Cielo despejado y buenas temperaturas el resto del día.



Terminé de desayunar cuando mis compañeros de dormitorio todavía estaban ordenando sus mochilas. Se lo toman con mucha calma. Al salir del albergue me despedí de Olivier y de las dos peregrinas francesas Au revoir! y atravesé el pueblo hasta la otra punta para volver a enlazar con el andadero de hormigón. Hoy me espera una de las etapas más significativas de esta completa experiencia, que ya empieza a hacerse larga. La acumulación de etapas y la reiteración de sucesivos esfuerzos ha ido haciendo mella en mis articulaciones, y aunque el nivel de fatiga no ha sobrepasado lo razonable en ninguna jornada, las pequeñas molestias empiezan a hacerse habituales. Espero que no vayan a más. O Cebreiro me espera en lo alto del puerto, al fin en Galicia, y me tomaré la subida con calma.

El camino sigue por el arcén de la carretera, en sentido contrario al discurrir del Río Valcarce, y pasa junto a un desmonte salvaje que han hecho en la ladera de la Sierra de la Escrita para evitar que se desplome sobre la autovía. Dejando atrás una concurrida área de servicio, una escultura en piedra a la entrada de A Portela desea buen camino a los peregrinos, mientras sobre el campanario de la Iglesia de San Juan se aprecian los primeros rayos del sol que entran en el valle anunciando un día radiante. A partir de aquí se abandona el arcén de la N-VI para continuar en un agradable paseo entre prados y choperas por la antigua Carretera de Castilla, donde las pequeñas poblaciones de Ambasmestas, Vega de Valcarce y Ruitelán se suceden casi tras cada curva del río, siempre vigiladas desde las alturas por el Castillo de Sarracín.



Cuando la pista ha comenzado a ganar altura, al llegar al caserío de San Julián hay que perder lo ganado y volver hacia el cauce del río para atravesarlo en Las Herrerías de Valcarce. Buen momento para tomarse un café calentito y para disfrutar contemplando alguna de sus casas restauradas y de los últimos prados del valle antes de comenzar la subida.



Al reanudar la marcha por la pista de asfalto, con las primeras rampas llegan los primeros sudores, y poco después me vuelvo a detener para aligerarme de la ropa sobrante. Mientras reordeno la mochila, un peregrino se acerca montado en su bicicleta y pedaleando con gran esfuerzo. ¡Pues no te queda nada! Resulta ser brasileño, y como se detiene a mi altura para charlar un rato, al ver su estado le recomiendo que siga hasta la cima por la pista asfaltada, porque el itinerario para los caminantes es bastante más complicado. Me dice que pretende ser fiel al espíritu de sacrificio con que empezó y que seguirá por la ruta de los que marchan a pie. En ese momento recibo una llamada al móvil y él continúa su ruta. Buen camino y... ¡Suerte!

La ruta se bifurca un poco más adelante para subir al poblado de A Faba. La pista recomendada para las bicicletas sigue de frente y el camino de tierra  por donde transitan los caminantes de desvía a la izquierda por un paraje arbolado y con fuerte pendiente. El trazado es exigente, sinuoso y con muchas piedras, lo que obliga a caminar con cuidado. Un poco más adelante me encuentro con el esforzado "bicigrino" tratando de perseverar en su sacrificio. Al llegar a su altura le doy ánimos y me contesta eufórico y sudoroso, invadido de esa especie de éxtasis que produce el martirio, que no hay camino que merezca la pena sin sacrificio, que llegará sin importarle lo que le cueste, y que yo soy testigo de que ha elegido la parte más dura. ¡Doy fe! y, sacando la cámara, inmortalicé el acto con un humilde testimonio gráfico (la imagen salió movida, pero tuve oportunidad de sacarle otra cuando entraba en A Faba). No volví a encontrarme con él.



En adelante, aunque la ruta todavía reserva momentos intensos, la pendiente se suaviza y la subida se hace más asequible. Se entra en una zona donde predomina el matorral y el monte bajo, vuelven las praderas y se puede disfrutar de los paisajes abiertos. El día despejado favorece las amplias panorámicas, y ya se contempla a lo lejos la línea de alturas que habrá que superar más adelante.



Encaminado en la pista que avanza hacia Laguna de Castilla, sigo el sabio consejo de los montañeros de "caminar al ritmo de un anciano para llegar a la cima con la vitalidad de un joven", y sin forzar la marcha en ningún momento, la jornada va transcurriendo así de manera muy agradable. De vez en cuando surge algún pequeño detalle  al lado del camino que me llama la atención. A veces, las piedras hablan...




Mi peque quiere que le ponga algo bonito en esta piedra, pero lo que no sabe es que lo más bonito es caminar a su lado...
...Y no sólo hacia Santiago.

TE AMO VANE
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JOSE 21/08/2010




¿Será el excesivo calor de agosto... o la falta de agua... o el esfuerzo desmedido... lo que provoca tamañas alucinaciones? ¿O serán los amplios espacios, que inspiran a la gente y les inducen a desnudar sus sentimientos? Aunque quizá sea producto del mal de altura... que trastoca los sentidos...



Reina una absoluta calma al antrar en Laguna de Castilla, último pueblo de la provincia de León. Buscando entre sus antiguas casas de piedra se puede ver un hórreo de los antiguos, con planta cuadrada y techado de paja, y no se aprecia más movimiento que el paso de varios peregrinos y el bostezo de un perro que sestea junto a un portal. Al llegar a la altura del marco que indica la entrada en Galicia, siguiendo siempre cuesta arriba, ya se ven un poco más cerca las antenas del repetidor de televisión que corona la cima, y con una mirada atrás se aprecia una buena panorámica de lo recorrido hasta aquí.


Poco antes de hacer cumbre me alcanza Olivier, que ha abandonado a sus compañeras porque dice que suben muy despacio. Llegamos juntos a la aldea de O Cebreiro cuando las campanas de la iglesia anuncian la hora. Es la una de la tarde y hemos alcanzado los 1.293 metros de altitud. Desde el mirador del puerto se domina también una amplia panorámica hacia el Oeste que nos queda por andar.

Construido por monjes benedictinos en el Siglo IX, y levantada su recia torre prerrománica a base de lajas de piedra pizarrosa, el Santuario de Santa María la Real acoge en su interior un cáliz, versión gallega del Santo Grial, que según la tradición, en el Siglo XIII fue testigo mudo del milagro de la conversión del pan y el vino. Las campanas de su torre servían para orientar a los peregrinos en las jornadas de nieve y tormenta.



Hasta aquí arriba han subido hoy  varios autobuses con visitantes que aprovechan el domingo para disfrutar del paisaje y la gastronomía en este enclave estratégico por donde entra el camino en Galicia. El poblado desprende una fuerte mezcla de aromas que se me hacen familiares: Pulpo, chorizo, caldo, lacón con grelos... Mi intención era sentarme a comer plácidamente, pero viendo lo saturados que están los locales, me conformo con algo rápido. Un apetitoso bocata de lacón en pan de hogaza, que aquí mejoran con un toque de pimentón y un chorrito de aceite de oliva. No podía faltar mi primera Estrella... de Galicia.



Las pallozas son construcciones tradicionales de la montaña de Os Ancares, de planta circular u oval y techado de paja, cuyo origen se remonta a épocas anteriores a la ocupación romana. Muchas de las que se conservan en el poblado han sido restauradas, permaneciendo alguna de ellas habitada hasta la década de los 60 por personas y animales. Hoy se consideran como auténticos museos etnográficos donde se puede llegar a conocer la singular forma de vida de sus moradores.





Pero la etapa no ha terminado tadavía, y las dificultades tampoco. A la salida de O Cebreiro, pasando junto al albergue, el camino de tierra continúa subiendo por una zona arbolada hasta el Monte Pozo de Area, a 1.395 metros, para descender poco después hasta Liñares, donde la Iglesia de Santo Estevo recuerda a la anterior de Santa María. Se encadena desde aquí una serie de subidas y bajadas sin abandonar  la línea divisoria de alturas, que recorre los núcleos de Hospital da Condesa y Padornelo, pasando sucesivamente por otros dos puertos, El Alto de San Roque y el Alto do Poio.



El color verde se ha hecho definitivamente dueño del escenario, y entre pinos y abedules se observan a un lado y a otro amplios paisajes de montaña típicos de Galicia, donde los prados ocupados por hermosos ejemplares de rubia gallega empiezan a convertirse en una seña de identidad.

En la última subida que conduce a los 1.335 metros de altitud del Alto do Poio, mirando hacia atrás para comprobar el camino recorrido, una imagen que avanza tras de mí a escasos cien metros se me hace familiar. De nuevo ajusto la vista...  y no termino de creerlo... ¡Es Philippe!


Me alegra mucho que nuestros caminos se vuelvan a juntar desde que nos separamos en Frómista, hace ya varias jornadas. Así podré hacer efectiva mi palabra de invitarle a una Estrella Galicia al llegar a mi tierra. Después de varios días en solitario, el último tramo de hoy se me hace más corto caminando en animada conversación. En poco más de media hora llegaremos al albergue de Fonfría. El pequeño tamaño de la Iglesia de San Xoán, situada entre cuatro casas mal contadas y un par de establos de vacas, hace que el refugio de los peregrinos sea la referencia más visible de este reducido caserío que, situado a 1.290 metros de altitud, no sobrepasa los 50 habitantes.



La construcción del Albergue A Reboleira recuerda en su forma a la de una gran palloza, y su decoración interior respeta el mismo esquema. A la entrada del dormitorio común cuenta con una amplia y cómoda sala de estar y con espléndidas vistas al valle. Las camas para peregrinos, hechas con gruesos troncos de madera, tienen un aspecto muy robusto, y el resto de sus servicios están a buen nivel. Me llama la atención el hecho de que todos los empleados sean inmigrantes sudamericanos, dado que este lugar del mundo está aparentemente lejos de las zonas con un cierto auge económico.

 Una vez aposentados en el albergue, salimos a saciar nuestra sed con el prometido brebaje, y en el único bareto del pueblo nos espera una pequeña decepción. No hay Estrella. Tenemos que resignarnos con un par de botellines de otra conocida marca que se anuncia como "Única en el mundo", porque la señora nos asegura que su proveedor no le sirve la marca gallega, pero la buena mujer nos ofrece un pedazo de empanada que compensa en parte nuestro anhelo truncado. Otra vez será.



Ante la falta de otras alternativas,  la mayoría de los ocupantes del albergue nos reunimos a cenar  en torno a una gran mesa de madera situada en el mismo recinto de la cocina. A la manera tradicional, la perola de caldo va corriendo de lado a lado para que cada uno se sirva a su gusto. Del mismo modo circulan varias fuentes de guiso de ternera con patatas, que se renuevan una y otra vez hasta que ya nadie las reclama. El vino tinto y la gaseosa acompañan al menú, que se completa con unas porciones generosas de Tarta de Santiago. Yo ya le había dicho a Philippe que cuando llegase a Galicia empezaría a comer de otra manera. Cuando esa noche me acosté a dormir, tuve la sensación de encontrarme de nuevo en casa.



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1 comentario:

Nando dijo...

Muy embriagador el relato; no te faltó de nada en esta etapa, ... camino duro, buen tiempo, buena compañía al final de la jornada y .... un bocata que esta diciendo comeme.
bienvenido a Galicia peregrino