domingo, 26 de diciembre de 2010

Etapa 15: CALZADILLA DE LA CUEZA - EL BURGO RANERO

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Lunes, 11-10-2010: De Calzadilla de la Cueza a El Burgo Ranero (41 Km.)

  ¡Chinches! "La Amenaza Fantasma"

Muy nuboso con algunos claros a mediodía. Temperaturas frescas.



Tras cruzar el Río Cueza a la salida de Calzadilla, seguiré en solitario una jornada más por la Tierra de Campos, hoy caminando en paralelo a la N-120 entre las provincias de Palencia y León, quizá una de las zonas más deprimidas de todo el itinerario hasta Compostela. Cada pocos kilómetros de andadero me voy encontrando con pequeños núcleos de población que, con sus construcciones de  tonos ocres y pajizos, se  mimetizan con el terreno. Casas levantadas con humildes bloques de barro secados al sol, muchas veces arruinadas por el paso del tiempo, se alternan con grandes obras hechas en ladrillo, dando testimonio de una herencia arquitectónica mudéjar que se remonta a la época medieval.



Antes de llegar al límite entre Palencia y León dejaré atrás las  pequeñas localidades de Lédigos, Terradillos de los Templarios, Moratinos y San Nicolás del Real Camino, a cada una de las cuales se accede dando un pequeño rodeo que  por un momento hace que me olvide de la monótona carretera. Todas ellas cuentan con una iglesia de ladrillo, siendo la de Lédigos la única de todo el Camino que guarda imágenes de "los tres santiagos": El apóstol, el peregrino y el matamoros. Una vez sobrepasado el marco de piedra que indica el cambio de jurisdicción, tras una larga recta de casi cuatro kilómetros se entra en Sahagún, localidad central en la etapa de hoy, cruzando por un puente que pasa sobre las vías del tren.



La villa de Sahagún, surgida en torno a un antiguo monasterio y ubicada entre los Ríos Cea y Valderaduey, se convirtió a partir del fuero concedido en 1.085 por por Alfonso VI, en un importante foco cultural donde, entre comerciantes, artesanos y labradores, convivían gentes de distintas religiones y culturas procedentes de toda Europa. La localidad cuenta con importantes edificaciones religiosas de estilo románico mudéjar, levantadas durante los Siglos XII y XIII enteramente en ladrillo. El camino pasa frente a la Iglesia de la Trinidad, hoy convertida en albergue y auditorio, y muy cerca de la Iglesia de San Tirso, auténtica joya mudéjar cuya torre se derrumbó en 1948 y fue restaurada posteriormente. Aunque algo alejada del itinerario jacobeo, y situada en el Barrio de la Judería, la Iglesia de San Lorenzo destaca también por las arquerías de su torre.


Me detengo en los soportales de la Plaza Mayor a descansar un rato y reponer fuerzas, a comprar fruta para el camino, y a cumplir con el ritual de cada lunes para tentar a la fortuna. Al salir del casco antiguo, el camino pasa junto al Arco de San Benito, que junto a la Torre del Reloj y la Capilla de San Mancio constituye uno de los restos que se conservan del monasterio cluniacense que dio origen a la ciudad, para cruzar un poco después sobre el puente romano que con sus cinco arcos de piedra salva el cauce del Río Cea.


Jalonado por una interminable hilera de árboles plantados en su costado izquierdo para dar sombra a los peregrinos, el andadero continúa en paralelo a la N-120 durante casi cuatro kilómetros, hasta que se desvía siguiendo una carretera local en dirección a Bercianos. El área de descanso que se encuentra junto a la Ermita de la Virgen del Peral será una de las escasas referencias en medio del páramo despoblado.


Por esta zona se hace incómodo avanzar debido a que las arañas del lugar parecen haber desarrollado nuevas tácticas de caza cuya efectividad ponen a prueba al paso de los peregrinos. En lugar de tejer complejas telarañas, tienden largos y casi imperceptibles filamentos, a modo de sedales de pesca, que ondean horizontales con la mínima brisa, lo que hace que  todos aquellos que van pasando se harten de quitar de la cara los molestos hilillos, y que terminen la jornada con su ropa y equipo cruzados por multitud de pegajosas líneas de seda. Más que a cazar moscas, estas arañas se dedican a incordiar a los sufridos viandantes que avanzan hacia el Oeste.

Desde su construcción en el Siglo XV hasta que se desplomó el 8 de junio de 1998, Bercianos del Real Camino lucía con orgullo la torre de su Iglesia de San Salvador, de más de treinta metros de alto, que por estar edificada sobre unas bodegas terminó viniéndose abajo. Actualmente se ha levantado una nueva iglesia con un formato muy original, ya que el cuerpo principal de la misma, el campanario y la torre con el nido de cigüeña incorporado, tienen tres ubicaciones diferentes y distantes. Debe de tratarse de un nuevo concepto de arquitectura religiosa originado en la postmodernidad... la tradición deconstruida... o algo así.


Por lo demás, la villa de Bercianos, que debe su nombre a que sus primeros colonos procedían del Bierzo, no tiene grandes edificios ni una historia por la que merezca la pena ser destacada, pero el aspecto de sus calles  y casas es bastante representativo del resto de los pueblos de la comarca.


Otros siete kilómetros más de andadero con arbolitos me quedan para el final de la etapa. Sin grandes cosas que contar, sólo destacar que volvió a llover en medio de la nada, pero en esta ocasión tenía a mano un tunel bajo la autopista en el que protegerme. Allí acudió también un agricultor con su tractor que estaba trabajando por los alrededores, con el que estuve hablando de los cambios sociales acelerados que  había sufrido la comarca en los últimos tiempos... La conversación fue fugaz como el paso de la nube.


Una vez en El Burgo Ranero, por la Calle Real se entra directamente hasta la Iglesia de San Pedro, y de allí hay que desviarse para llegar al albergue municipal, situado en la Calle de la Carretera. La suerte que tienen los vecinos de este pueblo es que no suelen tener problemas para aparcar el coche delante de la puerta de su casa. Es también digno de mención que, la víspera de la fiesta de San Pedro, patrón de la localidad, es tradicional que los mozos coloquen un ramo debajo de las ventanas de las mozas casaderas y que en esa misma noche se encienda una gran hoguera que sirve como diversión para los niños y la gente joven de todas las edades.

El albergue municipal "Doménico Laffi", antigua vivienda del párroco, es un edificio reciente pero construido al modo tradicional, con techos de estructura en madera, muros de tapial y adobe. Su interior es de aspecto moderno, y está totalmente intercomunicado por medio de una escalera central que da acceso a los  cuatro dormitorios que, situados en la primera planta, están separados entre sí y del pasillo por tabiques de media altura, abiertos en la parte superior. Comparto habitación con un finlandés al que llaman Jarko y con otros tres jóvenes, uno de ellos ferrolano. Es el primer gallego que me encuentro desde que comencé a caminar en Somport.


Cuando salgo de la ducha, el ferrolano se interesa por cómo llevo "lo de los chinches". A mi desinformación sobre el tema, me comenta que ellos vienen escapados de otros albergues en los que varias personas han sufrido sus típicas picaduras en forma de rosario, y después de describirme algún caso con pelos y señales, me informa de que ya hay varios centros a lo largo del Camino que han sido cerrados para proceder a su desinfección. Me confiesa que ellos han tenido que someter toda su ropa y equipo a un procedimiento bastante engorroso recomendado por un sanitario. A partir de entonces, miraré con desconfianza los muros de adobe y los desangelados techos de madera que protegen nuestra estancia común, a los que había atribuido un cierto toque romántico, ya que proporcionan una guarida ideal para toda clase de bichejos.



Ya de noche, cuando vuelvo al albergue después de haber cenado, el ambiente en el interior está totalmente viciado por la intensa humareda que alguien ha provocado al trastear con el fuego de la chimenea. Toda la ropa recién lavada que tenía allí a secar está impregnada de un intenso olor a humo y cenizas, lo que me obliga a improvisar con unas cuerdas un tendedero al aire libre para intentar salvar "la colada" .

Con bastante alboroto en el entresuelo, y el ambiente enrarecido por el humo, me toca resignarme e intentar dormir. No hago más que acomodarme en el saco, cuando uno de mis compañeros de habitación entra fumigando toda la estancia, haciendo uso intensivo de un bote de insecticida y espetando: ¡Estoy harto de chinches! ¡No me arriesgo a que me pase otra vez!

En una atmósfera donde respirar se está poniendo cada vez más complicado, a mí ya me pica todo el cuerpo y veo chinches por todas partes. Veremos como salgo de ésta... Rascando aquí y allá se me hace difícil conciliar el sueño, pero finalmente entro en un frágil duermevela que me mantiene alerta hasta que, sobre las dos de la mañana, se enciende una linterna en la cama de al lado. Es Jarko, que persigue con el haz de luz algo que parece querer esconderse debajo de su saco. Medio dormido, intento averiguar de qué se trata cuando, para mi sorpresa, el finlandés intenta fotografiar a un ser diminuto que se escabulle con habilidad por los pliegues de la ropa. Finalmente, no consigo averiguar lo que persigue con tanto afán... pero lo sospecho...

A partir de ahora, dormir se volverá imposible. Preveo que esta noche se me va a hacer muy larga...



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2 comentarios:

Be* dijo...

Hay que ser muy friki para ponerse a fotografiar un bicho a las dos de la mañana, eso sí que es amor al arte, y no la iglesia deconstruída...

Nando dijo...

Después de la anecdota de los chinches, magistralmente relatada, me pregunto ¿Que calamidades habrán pasado los peregrinos durante siglos?, no sólo antes de llegar a Santiago, sino luego para volver a sus lugares de origen.